lunes, 16 de diciembre de 2013

Mis claves de Planificación



CONDICIONES DE LA PROGRAMACIÓN 

EN LA ETAPA 0-6

     Desde la promulgación de la Ley Orgánica General del Sistema Educativo (LOGSE) en el año 1990, la educación infantil ha sido reconocida como primera etapa del sistema educativo, lo que representó un paso fundamental en la concepción de cuál tenía que ser la forma de establecer mecanismos de atención a la pequeña infancia. La ley definía por primera vez como educativa esta etapa, con todas las expectativas que eso comportaba y los retos de todo tipo que abría.

     Todo estuvo a punto de irse al traste cuando la Ley Orgánica de Calidad Educación (LOCE) en el año 2002 devolvió la intervención del ciclo 0-3 al ámbito asistencial, lo cual representó un paso atrás respecto a los planteamientos educativos y pedagógicos iniciados.

     La actual legislación vigente, la Ley Orgánica de Educación (LOE) en el año 2006 devuelve el reconocimiento educativo de toda la etapa, y la define como “etapa educativa con identidad propia que educa a los niños desde el nacimiento hasta los seis años”, y mantiene su ordenación en dos ciclos: 0-3 y 3-6. Asimismo deja abeierta la posibilidad de que los centros educativos puedan impartir el primer ciclo, el segundo o ambos.

     La orientación del curso se encuadra decididamente desde la perspectiva de la educación infantil (0-6) como etapa educativa, y lo hacemos convencidos de la bondad de una apuesta que, una vez conquistada, nunca se debió abandonar. De esta forma, iniciamos nuestro recorrido definiendo una identidad para la etapa, un marco de trabajo basado en las necesidades de los niños y niñas de estas edades, que nos permita predicar y  practicar una educación infantil con mucho de “infantil”.

IDENTIDAD DE LA ETAPA DE EDUCACIÓN INFANTIL
      Muchas de las realidades que se observan en educación infantil son contrarias a los principios que para ella se consideran esenciales, tienen su origen en el peso de la tradición escolar, en la herencia del mal llamado “preescolar”.

     La LOE aseguró la “definición legislativa”, pero en la práctica, la división de los dos ciclos de la etapa y su escolarización, en la mayoría de los casos, en centros diferentes como fruto de la implantación del ciclo 3-6 en los colegíos de educación  primaria, están haciendo que nuestra educación infantil no tenga continuidad entre un ciclo y otro, además que se estén asumiendo ciertas condiciones que responden más a la tradición escolar y que explicamos a continuación.

     En el trabajo con niños y niñas de entre 3 y 6 años se observa un sesgo en los métodos y en los contenidos orientados a preparar para los aprendizajes instrumentales de la educación primaria. Este tipo de trabajo preescolar va acompañado de la reducción de otros  campos como la motricidad,  la creatividad, la expresión en todos sus niveles, la experimentación o el juego. Asimismo, predomina el trabajo directivo con todo el grupo, como corresponde al estilo más tradicionalmente escolar. Esto implica que se fomentan insuficientemente la autonomía personal, las interacciones y la colaboración entre los niños.

      Esta preescolarización, salvando las distancias, alcanza incluso al tramo 0-3. Encontramos que en algunos centros se consideran actividades propias de grupos de 1 año y, sobre todo, de 2, aquellas propuestas que nos recuerdan sospechosamente a las iniciativas más habituales en 3-6: asambleas, trabajo por centros de interés, trabajo de silla y mesa a diario, excesiva presencia de papel y pinturas… y, en algunos casos, ¡las primeras fichas!.

     De nuevo se trata de adelantar aprendizajes y de considerar como realmente importante lo que es propio de niños más mayores, o más bien, del ambiente escolar tradicional. Puede que estemos confundiendo lo “educativo” con lo “escolar”. Desde luego que hay que aprovechar el potencial de los primeros años, pero para que los niños y las niñas vivan con intensidad una etapa que no se va a repetir, para que aprendan, pero jugando y afianzando lo que les toca por la edad que tienen. Por todo ello, la educación de estas edades tiene que ser una EDUCACIÓN INTEGRAL, que abarque todos los aspectos del desarrollo evolutivo incipiente del niño, y no que se centre en unos pocos en detrimento de otros.

     La educación integral supone reivindicar el desarrollo de todas las potencialidades del niño, y por tanto, defender  un tipo de educación más centrada en la infancia, con un trabajo más equilibrado de todas las capacidades: cognitivas, sociales, motoras, artísticas, emocionales, comunicativas… El profesorado de esta etapa tiene que centrar su trabajo de forma global y equilibrada en el interés por el bienestar del niño, la preocupación por el desarrollo motor, la sensibilidad ante su integración social, la interiorización de los valores que le van a ayudar a ser mejor persona, la estimulación de su creatividad, el desarrollo emocional de su personalidad, el afianzamiento de su autonomía,  y por supuesto la construcción cognitiva de los aprendizajes, sin que este último aspecto sea más importante que el resto.

     Por tanto, una vez defendida que esta etapa tiene entidad propia y que son muchos los aspectos a abordar en el desarrollo de los niños de estas edades, vamos a ver como respondemos en el trabajo educativo con ellos y tendremos que definir las condiciones a considerar cuando vamos a planificar el trabajo en educación infantil.

LA GLOBALIZACIÓN DE LAS SITUACIONES DE APRENDIZAJE
     El niño tiene una visión global del mundo y la manifiesta en su forma de actuar y  jugar. Desde este enfoque, nuestro trabajo no puede centrarse en el aprendizaje o desarrollo de un aspecto, desligándolo artificialmente de la persona total del niño/a que crece. Todas las necesidades son importantes y no lo son unas más que otras: moverse, jugar, alimentarse, dormir, expresarse, explorar, sentirse querido… De ahí que la escuela tenga que dar cabida al desarrollo de todas ellas, independientemente que aislemos los diferentes aspectos del desarrollo en nuestra tarea de programación de la práctica educativa para facilitar el análisis de la misma.

  

EL APRENDIZAJE SIGNIFICATIVO
     Los niños no son meros receptores pasivos de los contenidos que les trasmitimos. Un niño está aprendiendo e integrando activamente información cuando experimenta, observa, hace, escucha…, pero todo eso que está experimentando, observando, haciendo y escuchando necesita que enganche con sus conocimientos previos, es decir tenga sentido para él.

     Tanto en niños como en adultos, el aprendizaje verdadero es el significativo, no el meramente repetitivo. Los niños nos podrán sorprender repitiendo expresiones y razonamientos adultos, pero podemos comprobar que en su actividad más espontánea o con el paso del tiempo estos supuestos aprendizajes no perduran.

     También, plantear aprendizajes de forma excesivamente precoz tiene consecuencias claramente negativas para muchos niños y niñas, sobre todo para aquellos que, ante contenidos que están por encima de sus posibilidades, viven tempranamente sus primeras experiencias de fracaso y frustración.


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