CONDICIONES DE LA
PROGRAMACIÓN
EN LA ETAPA 0-6
Desde la promulgación de la Ley Orgánica
General del Sistema Educativo (LOGSE) en el año 1990, la educación infantil ha
sido reconocida como primera etapa del sistema educativo, lo que representó un
paso fundamental en la concepción de cuál tenía que ser la forma de establecer
mecanismos de atención a la pequeña infancia. La ley definía por primera vez
como educativa esta etapa, con todas las expectativas que eso comportaba y los
retos de todo tipo que abría.
Todo estuvo a punto de irse al traste
cuando la Ley Orgánica de Calidad Educación (LOCE) en el año 2002 devolvió la
intervención del ciclo 0-3 al ámbito asistencial, lo cual representó un paso
atrás respecto a los planteamientos educativos y pedagógicos iniciados.
La actual legislación vigente, la Ley
Orgánica de Educación (LOE) en el año 2006 devuelve el reconocimiento educativo
de toda la etapa, y la define como “etapa
educativa con identidad propia que educa a los niños desde el nacimiento hasta
los seis años”, y mantiene su ordenación en dos ciclos: 0-3 y 3-6. Asimismo
deja abeierta la posibilidad de que los centros educativos puedan impartir el
primer ciclo, el segundo o ambos.
La orientación del curso se encuadra
decididamente desde la perspectiva de la educación infantil (0-6) como etapa
educativa, y lo hacemos convencidos de la bondad de una apuesta que, una vez
conquistada, nunca se debió abandonar. De esta forma, iniciamos nuestro
recorrido definiendo una identidad para la etapa, un marco de trabajo basado en
las necesidades de los niños y niñas de estas edades, que nos permita predicar
y practicar una educación infantil con
mucho de “infantil”.
IDENTIDAD DE LA ETAPA DE
EDUCACIÓN INFANTIL
Muchas de las realidades que se observan
en educación infantil son contrarias a los principios que para ella se
consideran esenciales, tienen su origen en el peso de la tradición escolar, en
la herencia del mal llamado “preescolar”.
La LOE aseguró la “definición
legislativa”, pero en la práctica, la división de los dos ciclos de la etapa y
su escolarización, en la mayoría de los casos, en centros diferentes como fruto
de la implantación del ciclo 3-6 en los colegíos de educación primaria, están haciendo que nuestra
educación infantil no tenga continuidad entre un ciclo y otro, además que se
estén asumiendo ciertas condiciones que responden más a la tradición escolar y que
explicamos a continuación.
En el trabajo con niños y niñas de entre 3
y 6 años se observa un sesgo en los métodos y en los contenidos orientados a
preparar para los aprendizajes instrumentales de la educación primaria. Este
tipo de trabajo preescolar va acompañado de la reducción de otros campos como la motricidad, la creatividad, la expresión en todos sus
niveles, la experimentación o el juego. Asimismo, predomina el trabajo
directivo con todo el grupo, como corresponde al estilo más tradicionalmente
escolar. Esto implica que se fomentan insuficientemente la autonomía personal,
las interacciones y la colaboración entre los niños.
Esta preescolarización, salvando las
distancias, alcanza incluso al tramo 0-3. Encontramos que en algunos centros se
consideran actividades propias de grupos de 1 año y, sobre todo, de 2, aquellas
propuestas que nos recuerdan sospechosamente a las iniciativas más habituales
en 3-6: asambleas, trabajo por centros de interés, trabajo de silla y mesa a
diario, excesiva presencia de papel y pinturas… y, en algunos casos, ¡las
primeras fichas!.
De nuevo se trata de adelantar
aprendizajes y de considerar como realmente importante lo que es propio de
niños más mayores, o más bien, del ambiente escolar tradicional. Puede que
estemos confundiendo lo “educativo” con lo “escolar”. Desde luego que hay que
aprovechar el potencial de los primeros años, pero para que los niños y las
niñas vivan con intensidad una etapa que no se va a repetir, para que aprendan,
pero jugando y afianzando lo que les toca por la edad que tienen. Por todo
ello, la educación de estas edades tiene que ser una EDUCACIÓN INTEGRAL, que
abarque todos los aspectos del desarrollo evolutivo incipiente del niño, y no
que se centre en unos pocos en detrimento de otros.
La educación integral supone reivindicar
el desarrollo de todas las potencialidades del niño, y por tanto, defender un tipo de educación más centrada en la
infancia, con un trabajo más equilibrado de todas las capacidades: cognitivas,
sociales, motoras, artísticas, emocionales, comunicativas… El profesorado de
esta etapa tiene que centrar su trabajo de forma global y equilibrada en el
interés por el bienestar del niño, la preocupación por el desarrollo motor, la
sensibilidad ante su integración social, la interiorización de los valores que
le van a ayudar a ser mejor persona, la estimulación de su creatividad, el
desarrollo emocional de su personalidad, el afianzamiento de su autonomía, y por supuesto la construcción cognitiva de
los aprendizajes, sin que este último aspecto sea más importante que el resto.
Por tanto, una vez defendida que esta
etapa tiene entidad propia y que son muchos los aspectos a abordar en el
desarrollo de los niños de estas edades, vamos a ver como respondemos en el
trabajo educativo con ellos y tendremos que definir las condiciones a
considerar cuando vamos a planificar el trabajo en educación infantil.
LA GLOBALIZACIÓN DE LAS
SITUACIONES DE APRENDIZAJE
El niño tiene una visión global del mundo
y la manifiesta en su forma de actuar y
jugar. Desde este enfoque, nuestro trabajo no puede centrarse en el
aprendizaje o desarrollo de un aspecto, desligándolo artificialmente de la
persona total del niño/a que crece. Todas las necesidades son importantes y no
lo son unas más que otras: moverse, jugar, alimentarse, dormir, expresarse,
explorar, sentirse querido… De ahí que la escuela tenga que dar cabida al
desarrollo de todas ellas, independientemente que aislemos los diferentes
aspectos del desarrollo en nuestra tarea de programación de la práctica educativa
para facilitar el análisis de la misma.
EL APRENDIZAJE SIGNIFICATIVO
Los niños no son meros receptores pasivos
de los contenidos que les trasmitimos. Un niño está aprendiendo e integrando
activamente información cuando experimenta, observa, hace, escucha…, pero todo
eso que está experimentando, observando, haciendo y escuchando necesita que
enganche con sus conocimientos previos, es decir tenga sentido para él.
Tanto en niños como en adultos, el
aprendizaje verdadero es el significativo, no el meramente repetitivo. Los
niños nos podrán sorprender repitiendo expresiones y razonamientos adultos,
pero podemos comprobar que en su actividad más espontánea o con el paso del
tiempo estos supuestos aprendizajes no perduran.
También, plantear aprendizajes de forma
excesivamente precoz tiene consecuencias claramente negativas para muchos niños
y niñas, sobre todo para aquellos que, ante contenidos que están por encima de
sus posibilidades, viven tempranamente sus primeras experiencias de fracaso y
frustración.

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